Su cabello
estaba más corto. Sus ojeras más profundas, más oscuras, más visibles. Su
rostro más delgado y opaco. Su sonrisa lánguida. Su cuerpo famélico, delgado,
sin vida. Así la volví a ver, sentí la fuerza exánime de sus brazos al
abrazarme, sus palabras de un afecto misterioso, retardado, antiguo,
inexistente para mí.
No pude
ofrecerle lo mismo, no pude pagarle el saludo con el apego que quizás mereció,
no sentía que debía hacerlo. Supongo que debí contribuir, por lo menos con un
“te he extrañado”, sus ganas de volverme a ver, de venir hasta mi casa, sólo
para aclarar las cosas que ya estaban del todo claras: “Era una buena excusa
después de todo”, pensé, le había dado a Helen un pretexto para volverme a ver,
le había dado una esperanza, una ilusión, la había llenado de optimismo en
cuanto a nuestra amistad. Quizás pensó que hoy íbamos a tomarnos de las manos y
decirnos cuánto nos hemos extrañado, quizás imaginó que nos embriagaríamos y
celebraríamos el renacimiento de nuestra hermandad, de nuestro cariño. Quizás supuso
que sería cómo aquellas tardes en las que éramos íntimos compañeros que jugaban
a la vida fácil, a la rebeldía adolescente y estúpida, a los amigos invencibles
contra el tiempo, eternos confidentes, inseparables camaradas que se jactaban
de su lealtad y acompañaban esos momentos gloriosos con vasos de licor y música
ochentera.
Lamentablemente
Helen no encontró hoy lo que quizás pensó encontrar. Desafortunadamente no pude
querer a lo que quise ayer, no pude perdonar el descuido a mi verdad, a mis
palabras, a mi esfuerzo por darle lo mejor, por estar siempre a su lado a pesar
de sus impulsos, de su furia, de lo intensa y vehemente que era cuando le
tocaban el corazón, cuando hacían lo que querían con ella, cuando le mentían,
cuando se burlaban de ella. No pude olvidar la desidia a mi franqueza, a mi
trabajo de ser quien siempre quiso que sea, quien siempre quiso encontrar, pero
por su inapetencia, dejó sumergir en lo más profundo del olvido, del ayer.
Hoy se fue
triste, derrotada, infeliz, cabizbaja, extrañando más el pasado, queriendo
retroceder en el tiempo y evitar cometer los errores que la alejaron de su
hombro más fuerte e incondicional. Hoy se fue con la sonrisa aún más lánguida que
cuando la volví a ver. Hoy se fue muy segura de que nuestra amistad, ya no
será, no existirá más.