jueves, 3 de noviembre de 2016

N / S


Recuerdo cuando era tan fácil devolverte una sonrisa. Hacías una curva misteriosa en tu rostro, era como abrir un sendero de luz en el cual podía ver tus filosos dientes. Era como ver un espectáculo de tornados dando giros alrededor de tus labios, secundados por una flor que hacía las veces de nariz, como dibujada por el viento, tan frágil y fría en los inviernos. En la cima de toda esta pintura, dos lunas llenas, nunca antes alcanzadas por un hombre, nunca descubierta ni en la superficie, nunca habitada como habité yo en ellas.

Y es que no recuerdo nada, no recuerdo como era el sonido que paseaba en mi cabeza, la expresión física del paisaje de tus labios. No recuerdo las melodías, ni las graves ni agudas, ni cómo empezaba a acariciar mi piel y terminaba humedeciendo mis ojos, resaltando tu figura en su brillo, imaginando por eternos segundos que la melodía me acompañaría por siempre. No recuerdo el ruido de tus burlas ni los movimientos involuntarios de tus mejillas. No recuerdo como tus ojos caían en un atardecer y ocultaban el sol que habitaba en ellos, el sol y todo el universo que vivía en ellos.

Y es que no recuerdo tus lluvias, ni las veces que mojaste mis manos. No recuerdo la sal de tu tristeza, ni el grito silenciado por tu pena. No recuerdo tus lamentos, ni tus sueños de ser libre. No logro recordar las noches en las que te abrazaba en tus mares e intentaba devolverte a mis orillas, ni las veces que apagabas las luces y me las ingeniaba por mantener viva mis llamas. No recuerdo.

No recuerdo haberte dicho que te odio, y aunque recuerdo las palabras exactas sobre el mal humor de una mañana, no recuerdo tus malos momentos. Casi nulo mi recuerdo de tus silencios, de las veces que aumentabas el volumen de tu voz o las ocasiones que callabas y esperabas que el camino elija las palabras. No recuerdo tus excusas ni las veces que me negabas unos minutos de tu tiempo al amanecer.

Y es que por un momento me traicionó la amargura, la frustración de no tenerte a mi lado. La nostalgia se llenó de ira e hizo que mi mente caiga en espacios vacíos, llenos de nada, de un egoísmo disfrazado de odio, de silencios como aquellos en las calles o en los parques. Por un momento me traicionó el tiempo y olvidé quien era, olvidé mis promesas y las historias que te contaba mi mirada. Por un momento me perdí en tu pasado y deseé soltar tu mano, anhele que fueras sólo un sueño del cual despertaría hoy. Por un momento fui libre de ti. Por un momento.

Hace mucho no te veía sonreír, hace mucho que aprendí a dejarte ir. Hace ya un buen tiempo que no apreciaba esa luz que abría el camino ni las lunas y los soles de tu universo. Hace tiempo no calmabas mis mares con tu arte de sonreír.

Fue ahí que recordé todo. Eras feliz, estabas al final del camino y en la última parada volviste a encontrar la fe. Hallaste la fe en todos y mejor aún, pudiste confiar en ti. A través de una fotografía me demostraste que la cobardía fue sólo una piedra de esas que nos tira la vida y que hoy no sólo le sonríes a aquellos que te acompañan a las cinco de la mañana, sino a todo aquel que merece una oportunidad de disfrutar de ti. Casi me gana el rencor, pero eso no sucederá contigo ni conmigo. La vida se ha hecho para sonreír y me da mucho gusto que hayas aprendido y ganado la guerra que parecía perdida. Pues, sigue batallando que hoy yo doy un paso al costado y aplaudo tu felicidad, aplaudo -con una sonrisa en el rostro- que pudiste encontrar tu propia luz.

Que así sea siempre.

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