viernes, 20 de marzo de 2015

SIEMPRE


Y cogí la llave que dejaste en la mesa. Soplé las velas que iluminaban tus ojos. Tomé el pañuelo en tus manos y acaricié tus mejillas. Me miraste en la oscuridad, vi el brillo de tus ojos, el reflejo de la poca luz en tus lágrimas, aquellas que creas cuando bostezas.

Tomé la silla cerca a ti, me senté frente tuyo y tomé tus manos. Estaban frías, como las noches en las que desapareces en la lejanía, como las noches en la que la luz de la calle no te ilumina y te pierdes entre la gente, entre el bullicio y en las miradas ciegas. Tomé tus manos y estaban frías, como la realidad misma, como la lejanía de tu universo con el mío, como la avenida que nos separa, como el piso que nos divide y como las horas del fin de semana.

Te tomé de los hombros y te acerqué a mi para abrazarte. En ese momento volví a la vida, a sentir el mundo, viajé a tu universo y crucé la avenida. Volví a los lunes, y olvidé los sábados, también los domingos, y pude verte a los ojos una vez más y pude darme cuenta que no quiero soltarte, que me invento momentos, que no existe el "adiós", ni el pasado, que todavía no olvido tu aroma y que sueño con tu sonrisa a diario.

Te miré a los ojos y guardé la llave en tu bolsillo. Tomé tus manos y al dibujar una sonrisa en tu rostro, me convencí que quería ese momento por siempre, quería verte a diario sentada en la misma silla, bajo la misma luz, sentir el frío de tus manos y reflejarme en la humedad de tus ojos para siempre. Guardaste silencio y sólo atinaste a mirarme y sonreír. Eso, sólo necesito eso para darme cuenta de todo, mucho más de lo que me cuentan  más mil palabras y mil noches. Siempre fue así. Siempre será así. Siempre.

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